El 6 de enero es también conocido dentro de la religión católica como el Día de la Epifanía, es decir, cuando el Niño Jesús – chuy de cariño y pa’los cuates - "se dio a conocer al mundo o a la Socialité del Reino de Judea", precisamente por medio de los Reyes Magos.
Los Reyes eran llamados Magos, no porque usaran sombreo con chistorra y sacaran de ello cualquier animalejo, sino porque en ese tiempo existía una tribu que así se llamaba y que realizaba funciones sacerdotales en Persia, Babilonia y Asiria, y se caracterizaba por sus estudios y conocimientos en Teología (estudios religiosos) y en Astronomía.
Melchor, rey de Persia, era un anciano de piel blanca y con barba rubia que viajaba en un hermoso caballo persa.
Gaspar, rey de los árabes, era un hombre de raza negra y viajó en un camello.
Baltazar, rey de la India, era un joven blanco y llegó a Belén montado en un gran elefante.
Le regalaron oro, porque este precioso metal representaba la riqueza y el poder de los reyes y era una manera de reconocer que Jesús era el rey más importante que había nacido.
Le dieron incienso, porque era una resina aromática extraída de un árbol y utilizada para adorar a los dioses, y con ese regalo le demostraban que lo reconocían como al Dios verdadero.
También le dieron mirra, una sustancia perfumada muy valiosa que sacaban de un árbol muy espinoso. La mirra era uno de los ingredientes del aceite utilizado como bálsamo para sepultar a los muertos y se usaba también en la medicina. La mirra representaba el dolor y la capacidad humana del niño, así como que era reconocido como hombre.
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